Harry Potter y el misterio de por qué nos cuesta tanto cumplir una cuarentena para contener la propagación del coronavirus

Vayamos a una situación aeropuerto cualquiera: un grupo de pasajeros son notificados que su vuelo programado para dentro de unas próximas horas está demorado y/o cancelado debido a condiciones climáticas desfavorables.

Era bastante chica pero algo así me tocó vivir cuando me encontraba de viaje con mi familia en El Calafate y el vuelo que nos llevaría a Buenos Aires fue reprogramado por la presencia desfavorable de cenizas pertenecientes a, si mal no recuerdo, el volcán chileno Puyehue.

Lo cierto es que ante un escenario como el mencionado anteriormente, sin importar motivo, circunstancia, país de origen ni país de destino, la primera reacción del mayor número de pasajeros es la queja, la molestia y la disconformidad. Sin más, nos paramos desde el efecto que nos ocasiona la consecuencia: llevaré muchas horas en el aeropuerto, mi vuelta a casa se hará eterna, quiero descansar y estoy de mal humor, entre otros. Ahora, ¿qué hay desde la perspectiva de la prevención?

Que un avión no tenga autorización o recomendación para volar significa que puede enfrentarse a algo serio. De hecho, podríamos mencionar que aerolíneas, terminales aeroportuarias y tripulación a bordo son quienes más están interesados en que sus jornadas se presenten de la manera más normal y amena posible. Es decir, cuánto nos cuesta mirar más por el lado de la prevención por encima que la consecuencia de cómo me afecta esto.

No recuerdo si lo pensé de propia voluntad o lo escuché en algún lado pero… ¿qué pasaría si en lugar de que las autoridades correspondientes en evaluar las condiciones de vuelo tomaran la decisión arbitraria de suspender los mismos, consultaran a los pasajeros qué opinan y/o quieren hacer aún a pesar de las adversidades que puedan surgir?

Algo así como: “las condiciones para volar no son muy favorables, podríamos encontrarnos con riesgos durante el viaje, turbulencia, no podemos asegurar un normal aterrizaje en el aeropuerto de destino, y así etcétera… Pero igual podemos tomar ese riesgo y despegar el avión y ver con qué nos encontramos en el camino… Dale?“. Estoy segura, segurísima, que hasta el más apurado por llegar a casa diría que no tiene apuro alguno y que prefiere esperar.

Porque estar notificado del riesgo no es lo mismo que no saber nada al respecto. ¿O qué harías tú?

Un ejemplo como este me ha valido para intentar trasladar a la situación de miedo y pseudo paranoia que está ocasionando la propagación cada vez mayor de esta pandemia cuyo nombre estamos ya saturados de leer, escuchar y escribir: coronavirus. O COVID-19 para los más formales.

En numerosas redes sociales he visto gráficas y frases que explican la situación en algunos de los países afectados. Si bien es información que ya ha quedado desactualizada, paso a copiar el texto:

“Italia hace sólo 3 semanas tenía 50 casos de coronavirus. La gente hacía chistes con la situación. Hoy Italia tiene 25.000 infectados y 1.800 muertos. España hace sólo 2 semanas tenía 40 casos. La gente hacía chistes con la situación. Hoy España tiene 7.000 infectados y 300 muertos. Argentina hoy tiene 56 casos confirmados. La gente hace chistes con la situación.”

Más allá de lo dramático en dicha información, me ha resultado demasiado oportuno el concepto al cual aluden. Y de nuevo insisto: estar notificado del riesgo no es lo mismo que no saber nada al respecto. Particularmente Argentina como otros países de América Latina están siendo “avisados” por los residentes de países como España e Italia de cómo resultará todo si no atienden a las medidas que puedan prevenir y evitar la propagación del virus.

En su mayoría coinciden en felicitarnos por las medidas tomadas aún estando en una fase inicial o de pocos casos positivos descubiertos: desde el cierre de fronteras terrestres, la suspensión del ingreso de personas extranjeras al país, el cierre de escuelas y cancelación de clases, la disposición de licencias para mayores de 65 años, la posibilidad de ofrecer la continuidad de ciertos trabajos de manera remota, el cierre de Parques Nacionales y/o atractivos culturales que puedan dar lugar a la concentración de muchas personas, entre otras.

Así mismo el pedido es clave: que por favor seamos conscientes de que debemos cumplir con las normas impuestas en este contexto, que por favor evitemos salir a la calle si no tenemos necesidad, que por favor nos cuidemos para poder cuidar a los otros. Lisa y llanamente el pedido es de que por favor cumplamos la cuarentena.

Cabe destcar que estamos hablando de situaciones en las que aún la reglamentación dispuesta no exige obligatoriedad. Es decir, queda sujeto a la voluntad de los ciudadanos.

Qué peligro aquello, entonces. Porque si de voluntad se trata, habrá quienes aún no puedan dejar de pensar en sus consecuencias más allá de la prevención. Que no podré ejercitarme, que qué mal no poder continuar con mis estudios, que mucho tiempo en casa me caerá fatal, y así.

Desafortunadamente, Argentina se vio víctima de ese pensamiento. Hace tan sólo unos días, circuló una imagen que mostraba cómo colapsaba de autos demorados en una de las carreteras hacia una localidad balnearia. Automáticamente un mensaje contundente invadió por todos lados: “NO SON VACACIONES“.

Y es que si las autoridades oficiales realizan una batería de anuncios de manera tal que puedan flexibilizar las posibilidades de cada ciudadano para que estos eviten salir a la calle y de pronto la gente no va a trabajar ni va a la escuela pero sube al auto para congregarse en una playa… Sólo queda decir ¿acaso qué estamos esperando? Realmente a que aumente el número de casos, que se incrementen las cifras de fallecidos?

¿Habría que invertir la lógica? ¿Hacer una estadística de cuántas personas podrían verse contagiadas? ¿Cuántas personas podrían morir? Digo, como para notificar cuál es el riesgo no sólo al que puede exponerse una persona, sino al riesgo que puede exponer a otros…

En consecuencia, el Ministerio de Seguridad acompaña la iniciativa habilitando una línea telefónica para poder reportar a quienes no cumplan con el aislamiento requerido. Así, los vecinos podrán denunciar de manera gratuita a través de la línea 134 a todas aquellas personas que violen la cuarentena obligatoria habiendo estado en lugares como Europa, China, Corea del Sur y Estados Unidos -y desde ayer también Chile y Brasil, para prevenir el contagio de #COVID2019.

Esta iniciativa surgió en el marco de recurrentes episodios de denuncia a personas qué se han negado a cumplir con la prevención solicitada. Durante el lunes por la tarde una mujer de Liniers fue denunciada por violar la cuarentena, luego de haber vuelto de su viaje en Estados Unidos el día 11 de marzo. Fue reportada por su propio padre, y pudieron obtener la guardia de un policía en la puerta de su casa para controlar que no salga.

Otro caso bastante polémico fue el de Miguel Ángel Paz, un preparador físico qué fue registrado por las cámaras de seguridad de un edificio. En el episodio se observa como un personal de vigilancia del edificio en Vicente López le pide qué respete el protocolo de sanidad siendo que había estado de viaje en el exterior. Acto seguido, el hombre golpea al vigilador, a punto tal de que le quebró el tabique a golpes de puño. El irresponsable fue acusado de lesiones leves y de romper la ley federal que rige en medio de la pandemia para prevenir el contagio de enfermedades.

Por otra parte, para evitar esta acepción de que se trata sólo de un periodo de “recreo” o “vacación”, en Argentina se dispuso la cancelación de servicios de ómnibus y trenes de larga distancia y de aviones de cabotaje con el objetivo de contener el avance del coronavirus en la Argentina y para desalentar el turismo en tiempos donde se debe cumplir con el distanciamiento social. Tal medida no deja de causar indignación para algunos, ya que desafortunadamente debemos recurrir a iniciativas de prohibición para que cada uno pueda tomar noción y consciencia de lo importante que es preservarse.

Ojo, menciono a Argentina por el propio conocimiento sobre un escenario real, concreto y cercano. Pero desde España e Italia advirtieron que el proceso por el cual pasaron es similar al que se vive en este momento en territorio argentino. Sólo que corremos con una ventaja: sabemos que la propia voluntad en España e Italia no cooperó con la ayuda por disminuir la curva de contagio, más bien provocó un efecto contrario.

Fue a partir de allí que se dio orden al aislamiento total. Algo que en Argentina no deja de ser una puerta abierta, una especulación latente. Parece mentira pero nada despierta más ganas de hacer algo como cuando tienes la prohibición de hacerlo en tus narices.

Una escena de histeria colectiva digna de película. Mientras muchos renegaban por tener que despertarse muy temprano, por conducir hacia sus trabajos, por la rutina de la vida a diario, por el miedo de tener que llevar a los chicos al colegio y que estos acaben infectándose y más, ahora parecieran extrañar y pedir a gritos que todo vuelva a ser como antes.

¿Qué plato la mentalidad de “encierro” no? Esa sensación de ahogo que no es ahogo pero que se siente como ahogo ante una imposición sobre quedarse dentro. La convivencia 24/7 con uno mismo, con su familia, con sus tareas para hacer y deshacer y volver a hacer…

Y como si fuera poco, un escenario desalentador que aún advierte que “lo peor no pasó”, que podría extenderse en el tiempo al menos por varias semanas, de crisis económica, caída de actividades, irrupción de alianzas.

Lo cierto es que conforme avanzan los días y a medida que se descubren más situaciones de vulnerabilidad en la que no pueden intervenir al respecto, no quedará otra alternativa más que disponer del aislamiento obligatorio.

Algo que ciudades como Nueva York evalúan. El alcalde de la ciudad analiza la posibilidad de imponer 48 horas de cuarentena total y ha reconocido que los neoyorquinos afrontarán “desafíos tremendamente considerables” si se impone esta orden.

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